17 ago 2009

LA LEY DE LA SELVA.


La mamá leona retozaba holgazanamente con sus cachorros en el interior de la cueva en que habitaban, por que estaban saliendo recién del destete materno; en poco tiempo más, ellos se independizarían de la tutela de su madre para empezar la lucha por la sobrevivencia, “La ley de la selva”, donde naturalmente sobrevivirá él más fuerte y el más capaz.


Su nuevo “hábitat” será sin duda, la verde espesura. Hasta entonces jamás hombre alguno había hollado con su pié esas tierras vírgenes, ni siquiera se había asomado al tupido bosque de la enmarañada jungla; en realidad estos lugares eran del completo dominio de los animales. Allí estaban los leoncitos jugando confiados alrededor de mamá, acariciando su piel o refregando contra ella, sus débiles cuerpecitos. Un rayo de sol entraba en el refugio, lo que hacia más tierno y tibio este recíproco acercamiento. De repente la leona, parando su corta oreja, escucha atenta, se levanta, extiende su cuerpo y tensa los músculos como a la defensiva.


Se oye un ruido suave de pasos silenciosos y arrastrados, tal como si alguien con malas intenciones se acercara. Un potente rugido estremece la caverna y un tigre de gran tamaño aparece en la entrada, su pelaje es amarillo anaranjado, rayado de negro en lomo y cola, con andar felino, mira siniestro, con las garras listas para el ataque y sus aguzados colmillos a la vista. Se acerca el tigre a los cachorros con la clara intención de apropiárselos, la leona salta ágil y lanza al intruso un fuerte zarpazo, la bestia responde con dientes y uñas, no quiere perder la apetitosa presa pero se defiende con increíble valentía. Ambas fieras se confunden en una lucha a muerte, mamá leona sangra abundantemente y va perdiendo fuerzas poco a poco.


Pero aún con las carnes desgarradas, sigue peleando para defender a sus cachorros. Los animalitos asustados se han replegado a un rincón, temiendo por la suerte de su progenitora. Toda la alegría de momentos anteriores se ha visto truncada por el miedo. Su pequeño tamaño les impide defender a su madre, pero alcanzan a darse cuenta de que están en peligro e instintivamente aúllan enojados al agresor. La leona tal vez porque presiente su fin o por que se le acaban sus energías lanza un grito al aire, un gemido muy largo, desesperado y lastimero como una llamada de auxilio. El lamento de la leona se extiende por el interior de la selva y repercute como el eco, hasta llegar a oídos del león que reconoce instantáneamente el pedido angustioso de su hembra. No duda, no titubea, sale disparado sin detenerse ante nada ni nadie, ni tampoco contesta al lenguaje interrogante de los otros animales.


El elefante extrañado eleva su trompa al cielo, preguntando que pasa. La jirafa con su cuello largo y aspecto despistado, el más alto de los cuadrúpedos, parece que oteara la atmósfera para descubrir la causa de tanto alboroto. Los pájaros exóticos, de hermosos colores, loros y papagayos vuelan en estampida y los animales menores, conejos, liebres y coipos se esconden en su madriguera. - ¿Hacia donde va el león? - Llega por fin a la gruta donde se refugia su compañera y sus crías, cuando la leona parece estar en los últimos estertores.Se lanza sobre el ladrón de su prole, con fiereza tal, que no repara en el cansancio de la carrera y su cuerpo amarillo rojizo y su voluminosa cabeza se mueven con extraordinaria agilidad y no ceja en su intento hasta ver caer al suelo muerto a su rival.


Observa a su alrededor y descubre a mamá leona jadeando pero todavía con vida y a los cachorritos lamiéndole las heridas para aliviarla. Se siente entonces poderoso y seguro de sí mismo, realizado como macho protector de su familia. Le invade una sensación de triunfo al mirar nuevamente a su adversario sin vida a sus pies.Avanza hasta la entrada de la cueva, fija su mirada hacia la lejanía y consciente de su poder, con un rugido ensordecedor lanza un grito de guerra, “yo soy el rey de la selva”, mensaje que nunca ha sido olvidado hasta la fecha, ya que ningún animal ha osado jamás volver a atacar a algún león ni a su camada.
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