9 sept 2009

LA CIENCIA ,EL HOMBRE Y LOS ANIMALES


Hace años que la Ciencia nos dice que no somos tan especiales.  Nos cuentan los científicos lo que ya tendríamos que saber, que no hay mejor método empírico que mirar a nuestro alrededor, y es que los chimpancés son en casi todo semejantes a nosotros, que comparten más del noventa por ciento de nuestra secuencia de ADN. Muy pocas cosas nos separan, mucho menos que lo que diferencia a la rata del ratón, y parece ser que somos extraordinariamente iguales en lo que compete al cerebro. Incluso, si la noticia pudiera leerla un gorila, les diría a sus congéneres que la evolución ha sido buena con ellos al permitir que conserven ciertos elementos que les hacen inmunes a enfermedades como el Alzheimer o el sida.

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Este descubrimiento, lejos de hacernos meditar acerca del espantoso antropocentrismo del que venimos haciendo gala desde hace cientos de miles de años, lo potencia. La noticia abre los telediarios y la inmediata conclusión que sacamos de todo es que tenemos que continuar los experimentos con esos 'animales' para ver si su estudio puede conducirnos a la curación de enfermedades como el sida, el Alzheimer o el cáncer. 


Confío en que todos aquellos que ponen el grito en el cielo en cuanto se habla de investigar con células madre o desarrollar la biogenética protesten de igual manera ante la evidente manipulación de seres en casi todo iguales a nosotros. A mí me parece mucho peor someter a tortura a un animal -ya sea un chimpancé o un conejo de Indias- para experimentar con nuevos fármacos que estudiar un montón de células en una probeta.


Hace años que la Ciencia viene diciéndonos que no somos tan especiales como siempre hemos creído; que la conciencia, la percepción de la existencia, la sensibilidad y hasta los sentimientos no son exclusivos del ser humano. Más de un noventa por ciento de ADN nos hermana con estos animales que torturamos, esclavizamos, matamos, metemos en jaulas o en circos, en laboratorios. Los habitantes de los siglos venideros -mucho más poseedores que nosotros de los secretos que encierra la materia- se llevarán las manos a la cabeza cuando vean la forma inhumana con la que hemos tratado a los animales.

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Nos hemos adueñado, inmisericordemente, de un planeta que habíamos de compartir y nos hemos dedicado a la exterminación más cruenta que se pueda imaginar. Los reyes de la creación, hechos a imagen y semejanza del Hacedor Nos creemos grandes y exclusivos cuando la verdad es que estamos tan indefensos, o más, que cualquier criatura. Y si lo dudan, miren los estragos que una tormenta -no de las más grandes- puede causar en un país como EE.UU., el más poderoso de la Tierra.

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Soy un fervoroso partidario de la idea de que el desarrollo de la Ciencia nos hará mejores, de que convertirá el mundo en un lugar más habitable. Por eso, noticias como la de la similitud entre especies me hacen creer que deberían hacernos reflexionar sobre nuestro comportamiento esclavista. Eso no significa que hayamos de renunciar a los beneficios que la inmunidad de ciertos animales a determinadas enfermedades pueden proporcionarnos. Pero esos estudios tienen que realizarse bajo los criterios morales que tanto reclamamos cuando es el ser humano el objeto de investigaciones. No debemos olvidar ni un instante que esas criaturas sufren y sienten de forma exactamente igual a nosotros. No pueden hablar, es verdad, no utilizan un lenguaje comprensible para nuestro entendimiento, y eso los denigra ante nuestros ojos y los convierte en víctimas propiciatorias.
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El dolor nos iguala, la pena que brota en el llanto tiene muchos millones de años, es mucho más antigua que la separación evolutiva de las diferentes especies. Yo he visto llorar a un perro la muerte humana. Y si asistimos impasibles a las diarias carnicerías en Irak -terrorismo, ataques, luchas de bandos, accidentes, suicidas -, si el diferente color de piel y la no pertenencia a este Occidente que habitamos nos vuelve insensibles a la masacre, difícil es de creer que un día vayamos a reaccionar ante el sufrimiento animal. A lo mejor, de esa mala conciencia procede la inquietud que la mirada de uno de esos chimpancés siempre nos provoca. Es como si un esclavo nos mirase desde el fondo de la jaula.
Tomás Val.

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